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Un par de flores muertas y un montón de papeles rotos a la fuerza: cadáveres marchitos.












Wednesday, September 10, 2008

"Se nace, se despierta. El despertar es la reiteración del nacer en el amor preexistente, baño de purificación cada despertar y trasparencia de la sustancia recibida que así se va haciendo trascendente.
Y la existencia surgida de la pretensión de ser por separado deslumbra y ofusca al individuo naciente que sin ella sería como una aurora. Se rompe la niñez y aparece el adolescente desconocido, la incógnita que juega a serlo, que juega a serse. Se toma la libertad a costa de su propio nacimiento, y así apaga o empalidece, al menos, su aurora. Aparece la conciencia de todo y de sí mismo ante todo. El yo sí mismo se alza y pretende erigirse en ser y medida de todo lo que ve y de lo que así él mismo se oculta. Se muestra y se oculta el existente, él, por sí mismo; es su libertad que ejercita y afila como un arma contra todo lo que se le opone. Y todo, y más todavía del todo, puede oponérsele. Y que solamente en la fatiga, y más venturosamente en el olvido de ese ejercicio, el que inaugura su libertad como suya, su profundidad, puede vislumbrar y ver y sentir. Y esto, ver y sentir, percibir, le vuelve al amor preexistente. Mas teme hundirse en su acogida, en su blandura. Pues que por nacer y para nacer no hay lucha, sino olvido, abandono al amor, como los místicos proponen, los místicos del "nacimiento". Y aun los de la nada, que piden el nacimiento a la nada intercesora con lo divino, intercesora nada la de un Miguel de Molinos. La libertad se hace así impensable; la libertad inmediata, que el obstinado sólo en existir descubre y la usa como coraza, la cree invulnerable. Así el adolescente, ese enigma que surge, mientras se afinca en serlo, en no ir más allá. En disponer de sí mismo antes de que el amor disponga de él. Y se vuelca en la "libertad de amar", que le niega al amor, asfixiado así por su propia libertad, que sólo es suya, que no se comparte, porque no está ni viene desde lo alto.

(...)

Mas el ímpetu del existir se precipita con la velocidad propia de lo que carece de sustancia y aun de materia, de lo que es sólo un movimiento que va en busca de ellas y arranca al ser que despierta de ese su alentar en la vida. Y aun antes de abrirse a la visión, se ve arrastrado hacia la realidad, lo que lo pone frente a ella, a que se las vea con ella. Y con el tiempo que se mueve, y al que él, el hombre, ya por fuerza ha de medir. Y la luz tendrá que ser por el ser humano reducida. Y si por un instante la recibe, él, ya sujeto de acción y del indispensable conocimiento, la reducirá a una luminosidad lo más homogénea posible, que a su vez reduce seres y cosas a lo que de ellos hace falta solamente para ser recibidos nítidamente. Ser percibido para ser fijado como meta o como obstáculo que se interpone. Y el milagro que entra por los ojos cuando la luz entera se presenta será tenido por deslumbramiento, del que hay que huir y hundir en el olvido. Y así el olvidar des-conociendo comienza."

De ZAMBRANO, María. Claros del Bosque
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